Hoy, la Iglesia universal se reviste de gozo para conmemorar el nacimiento de la que fue escogida por Dios desde toda la eternidad: María Santísima, Madre de nuestro Redentor. Su venida al mundo es el amanecer de la esperanza, pues en Ella se cumplen las promesas divinas y se prepara el camino para la llegada de Cristo, la Luz verdadera.
Como Hermandad, elevamos nuestra oración confiada a la Virgen, ejemplo de fe y entrega, agradeciendo a Dios el don de su vida y la gracia de contar con su maternal intercesión.
Que en este día podamos unirnos en fraternidad para honrarla con filial devoción, recordando las palabras del Evangelio: «El Señor me creó como primicia de sus obras, antes de sus obras más antiguas» (Prov 8,22).
María, Madre y Señora nuestra, guía siempre nuestros pasos hacia tu Hijo Jesucristo.
